Pedida de mano en Vietnam. Lunas de miel interplanetarias. Y una boda que costaba más que montar una empresa mediana. Lo sé porque leí centenares de cuestionarios durante 12 años como monologuista profesional.
Mi trabajo era personalizar el monólogo para los novios. Y a veces, al terminar de leer… solo podía preguntarme: ¿Por qué se casan?
Todo era bonito, detallado, costoso. Pero cuando los conocías en persona… no sabían hablarse sin interrumpirse. El problema no era la fiesta. Era lo que venía después.
He visto parejas planear hasta el último canapé. Escoger playlist, centros de mesa, fuegos artificiales. Pero olvidaban lo esencial: saber hablarse, saber escucharse, saber convivir.
Y cuando las luces se apagan, la resaca no es solo de alcohol. Es de expectativas rotas. De realidad sin filtro. El foco se pone en el evento, no en el trayecto.
Muchas empresas actúan igual. Se obsesionan con la estética de la productividad. Agendas llenas, herramientas nuevas, frases inspiradoras en la pared.
Reuniones bien organizadas. Agendas compartidas. Tareas alineadas. Todo impecable… en apariencia.
Pero cuando rascas un poco… No hay foco. No hay autonomía. No hay resultados.
Es como si celebraran una boda cada lunes: discursos, rituales, brindis. Pero nadie se atreve a preguntar: ¿qué sentido tiene esto?
Lo que debería ser una inversión de energía, se convierte en un gasto de tiempo. Lo que debería construir cultura, genera desgaste.
He visto empresas que estrenan herramientas como si fueran resorts de lujo. Trello. Notion. Slack. Monday. Todo nuevo, todo brillante.
Durante dos semanas, todo el mundo está motivado. Hay tutoriales. Hay entusiasmo. Hay una falsa sensación de avance.
Pero luego llega el lunes real. El día donde hay que decidir. Priorizar. Concentrarse. Y ahí no hay app que te salve si no sabes pensar.
Una empresa no necesita más botones. Necesita más foco. Más intención. Menos ruido.
Muchas empresas siguen funcionando como esas bodas: pasan más tiempo eligiendo la playlist que aprendiendo a convivir.
¿De qué sirve una suite de productividad si nadie sabe lo importante? ¿Para qué sirve un equipo motivado si no sabe priorizar?
Un líder con claridad puede conseguir más con tres personas enfocadas que con treinta en piloto automático.
El problema no es la herramienta. El problema es usarla como disfraz. Como excusa. Como lugar donde esconder la falta de dirección.
No necesitas más reuniones. No necesitas otra herramienta. No necesitas otro email de seguimiento.
Necesitas un sistema real. Que enseñe a tu equipo a elegir. A decir no. A trabajar con intención, no por reacción.
La mayoría de los líderes confunde actividad con avance. Y cuando el equipo se desgasta, culpan a la motivación. Pero el problema nunca fue la actitud. Fue la dirección.
El curso no te va a dar más horas. Te va a enseñar a usarlas bien. A dejar de sabotear tu día con decisiones estéticas. A evitar que tu equipo flote en reuniones sin retorno.
Deja de hacerte el checklist del siglo… y empieza a construir ritmo, resultados y dirección.
Si vas a invertir tiempo en algo, que sea en aprender a protegerlo.
Y si vas a regalarle algo a tu equipo, que no sea una taza con su nombre. Que sea un sistema para que vuelvan a sentir que lo que hacen… importa.
Una frase diferente cada vez. Reserva una sesión y empezamos a cambiarlo.
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