Thomas Smith. 1885

La primera vez que la gente mira un anuncio, ni siquiera lo ve.

La segunda vez, no se dan cuenta.

La tercera vez, son conscientes de que está ahí.

La cuarta vez, tienen una fugaz sensación de que lo han visto antes en algún otro sitio.

La quinta vez, leen el anuncio.

La sexta vez, meten sus narices en él.

La séptima vez, les empieza a irritar un poco.

La octava vez, empiezan a pensar, «Aquí está ese maldito anuncio de nuevo».

La novena vez, se empiezan a preguntar si se están perdiendo algo.

La décima vez, preguntan a sus amigos y vecinos si lo han probado.

La undécima vez, se preguntan cómo puede el anunciante pagar tantos anuncios.

La duodécima vez, empiezan a pensar que debe tratarse de un buen producto.

La decimotercera vez, empiezan a sentir que el producto tiene valor.

La decimocuarta vez, empiezan a recordar que desde hace tiempo desean un producto exactamente igual.

La decimoquinta vez, empiezan a anhelarlo por no poder permitírselo.

La decimosexta vez, aceptan que lo comprarán en algún momento.

La decimoséptima vez, apuntan que tienen que comprar el producto.

La decimoctava vez, maldicen que la falta de dinero no les permite comprar un producto tan maravilloso.

La decimonovena vez, cuentan cuánto dinero tienen con mucho cuidado.

La vigésima vez que el cliente potencial ve el anuncio, compra lo que está ofreciendo.

C O N T A C T O

Ojo, que devuelvo llamadas perdidas