Sales de Urgencias. No con prisas, no con miedo. Solo sales. Porque ya has estado dentro. Y el cuerpo, aunque no quiera, lo nota. Hay un tipo de silencio que solo se da en un hospital. Y tú lo traes pegado.
Y de pronto, el olor. No a medicina, no a cloro. Azúcar caliente. Aceite quemado. Masa inflada. Churros.
Una churrería portátil frente al hospital. Con su toldo rojo. Su música a medio volumen. Su cartel: “¡CHURROS RECIÉN HECHOS!” Y una cola. Porque siempre hay una cola.
Te detienes. Porque no es solo el olor. Es el contraste. El puñetazo invisible que no se ve, pero se siente. ¿Quién fue el genio? ¿A quién se le ocurrió? ¿A nadie le pareció mal?
Y entonces lo ves: no es un caso aislado. Es un síntoma. El síntoma de una época donde el contexto no importa y el mensaje da igual. Donde lo emocional se ha llenado de grasa. Y donde las empresas están haciendo lo mismo, cada día, sin quererlo.
Porque vender sin mensaje claro es exactamente eso: colocar un puesto de feria frente a un quirófano. Lo haces porque puedes, no porque debas. Y nadie se atreve a pararlo. Porque “lleva años así”, porque “funciona”, porque “la gente lo compra”.
Pero no todo lo que se compra se respeta. Ni todo lo que se repite se recuerda. Y ahí está el punto ciego de tu equipo. Creen que comunicar es emitir. Pero comunicar de verdad es coordinar. Emoción, intención y contexto.
Y si el contexto es quirúrgico y tú lanzas frases de feria… No solo pierdes eficacia. Pierdes autoridad.
Emails sin alma. Campañas que suenan a otros. Frases que podrían firmar tus competidores sin que nadie lo notara.
Eso también es una churrería. Y no solo hace ruido: intoxica.
Porque el talento se quema por dentro cuando el mensaje no encaja. Cuando el propósito se convierte en pegatina. Cuando el PowerPoint está más trabajado que el día a día.
Y tú, como CEO o líder de equipo, sigues empujando. Buscando soluciones externas a un problema interno. Pero el talento no se retiene con dinámicas. Se retiene con verdad.
No el salario. No el horario. El mensaje. Eso que flota entre pasillos y que nadie se atreve a revisar. Eso que suena a humo cuando debería sonar a hogar.
Un mal mensaje no solo no vende. Un mal mensaje agota. Porque obliga a fingir. A defender lo que no se cree. A repetir lo que no se siente.
Y esa disonancia acaba saliendo. En forma de desmotivación, fuga de talento o falta de alineación.
Como una freidora ruidosa frente a un hospital: distrae, molesta y no ayuda.
Ni hacer otra formación sobre “soft skills”. La solución es parar. Escuchar. Reescribir. No para sonar bonito, sino para sonar real.
Lo que tu empresa necesita es recuperar su historia. Volver a escribir desde dentro. Y contarlo hacia fuera con el tono justo, la emoción adecuada y la intención correcta.
Eso no lo hace una agencia. Ni lo resuelve ChatGPT si no sabes qué decir. Eso se entrena. Y eso es lo que hacemos en el Instituto Español de StorySelling®.
Nos colamos en la churrería, apagamos la freidora y abrimos las ventanas. Para que entre aire. Para que el mensaje respire. Para que tu equipo vuelva a ver sentido en lo que hace.
Porque una empresa que comunica desde la emoción… No necesita descuentos. Ni campañas agresivas. Porque vende desde la verdad. Y retiene desde la coherencia.
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