Sucedió el martes.
El calor que llega es lo que tiene.
Aparecen bichos en los lugares más insospechados.
Estaba en plena clase de Inteligencia Artificial en una Escuela de Negocios.
Y de repente… aparece por el suelo lo que parece ser un escarabajo-cucaracha. Nunca he sido muy bueno distinguiendo gente de negro.
Que si el cobrador del frac o alguien de luto.
Tú me entiendes.
Primer instinto ochentero… pisarla delante de los alumnos y escuchar el crujido.
Pero no.
Algo me decía que no quedaba bien.
Hice una pregunta.
“¿Hay algún animalista en la sala?”
Como el que pregunta por un médico o algo así.
Se levanta un chaval con un vaso de plástico y tapa al bicho.
Pide una hoja a sus compañeros.
La mete por debajo y da la vuelta al vaso.
Se va de clase y suelta al bicho en el campo/campus (chiste inevitable).
Vuelve.
Pido un aplauso para él.
¿Qué ha pasado aquí?
Sensibilidad y empatía hacia los demás.
Mi yo leganense igual la hubiera aplastado sin más. Aunque tengo mis dudas.
El caso es que di la oportunidad a los asistentes a hacer algo alternativo.
Y surgió la magia.
Ponerte en el lugar del otro y dejarle triunfar a él.
La de los 15 minutos.
En todos los sentidos.
Cuidado con los bichos.
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