Cuando hablamos de cómo afecta el algoritmo a los creadores de contenido, solemos pensar en tendencias, formatos o viralidad. Pero hay algo más profundo, más peligroso y mucho menos hablado: el impacto emocional y la deformación del ego.
Este artículo no busca señalar ni cancelar. Busca entender. Y para eso, traigo dos ejemplos reales: Begoña Gerpe y Ángel Martín.
De la voz propia al ruido: el caso de Begoña Gerpe
Begoña empezó con un blog cercano, elegante, donde hablaba de su vida como abogada con opinión y humanidad. Tenía voz propia. Tenía algo que decir.
Hoy, su canal en YouTube se ha transformado en un surtidor de insultos. No por casualidad. Sino porque el algoritmo premia la confrontación. Cuatro euros por cada mil visualizaciones. Ese es el precio de cruzar la línea.
La polémica se convierte en modelo de negocio. El contenido se convierte en munición. Y lo que antes era opinión constructiva, hoy es metralla digital.
Ángel Martín y el Gollum del aplauso
El caso de Ángel Martín es diferente, pero igual de revelador. Su monólogo "Punto para los locos" fue un acto de valentía. Yo estuve allí. En el WiZink Center. 12.000 personas. Un hito.
Él mismo dijo que era histórico. Que no se repetiría. Pero se repitió. Y luego se colgó en redes sociales. El mensaje fue noble: que llegue a más gente. Pero entonces, ¿por qué tanta trascendencia antes?
El problema no es repetir. El problema es usar la épica como estrategia. Y vender autenticidad mientras se negocia con ella.
Después vino su despedida de las redes. Dijo que lo dejaba. Que anulan. Que hay que desconectar. Lo dijo con solemnidad. Y a los pocos días volvió con "Por si te sirve". Lo mismo. Con otro nombre.
El algoritmo como Gollum
Begoña y Ángel no son el problema. Son el espejo. El espejo de muchos creadores atrapados por un Gollum invisible: el ego digital alimentado por el algoritmo.
Ese que te hace sentir que si no publicas, no existes. Ese que te obliga a exagerar para seguir siendo escuchado. Ese que te convence de que visibilidad es lo mismo que impacto.
No lo es.
Exposición no es impacto.
Y cuando el contenido se vuelve una droga, dejas de vivir por contarlo. Dejas de observar por tener que opinar. Dejas de ser interesante por intentar parecerlo.
Marca personal y salud mental: una línea muy fina
Hoy más que nunca, los creadores necesitan establecer límites. Saber qué compartir y qué guardar. Defender su autenticidad no desde el marketing, sino desde la coherencia.
Porque cuando lo "especial" se vuelve "accesible para todos", está bien. Pero no presumas de lo contrario mientras haces la entrega. No te pongas solemne antes de monetizar lo que decías que era intocable.
Conclusión
Begoña Gerpe y Ángel Martín son solo dos ejemplos de algo mucho más grande. Una epidemia silenciosa que afecta a miles de creadores atrapados por el ritmo, el algoritmo y la necesidad de ser vistos.
Si estás construyendo tu marca personal, recuerda: el algoritmo no tiene alma. Pero tú sí.
No dejes que el Gollum te la arranque.
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